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Curiosidad

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FUENTE:  Pinerest                        

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Por Yadira Reyes

JULIO 23, 2018

En Los Calzones de Guadalupe

tenemos buena estrella,

porque podemos soñar y mostrar el alma sin pena

No me he enamorado nunca. A veces me parece un poco triste, otras un poco inhumano. La mayor parte del tiempo pienso que en el fondo las mujeres nunca se enamoran. Eso es solo un cuento. Es un mito universal con el que de un tiempo a la fecha la humanidad se entretiene y las grandes empresas del cine, la televisión y la industria del chocolate ganan inimaginables cantidades de dólares. En lo que a mí respecta, nunca me pasó nada parecido al amor.

 

Mi hermana me contó que su psiquiatra dice que el enamoramiento es una enfermedad que se cura con el matrimonio y que el amor eterno dura, para ser exactos, seis meses. No podría opinar sobre esta condición porque, como ya lo he dicho, para mí el amor es una entidad de dudosa existencia y seis meses me parecen francamente una verdadera eternidad.

 

A mí lo que me dan los hombres es sobre todo curiosidad. Siempre me han dado mucha curiosidad. Cuando era niña vi pasar por una calle muy concurrida del centro de la ciudad a un pordiosero semidesnudo. Iba vestido con harapos y pedazos de cartón ennegrecidos que dejaban totalmente al descubierto su sexo. Yo tendría ocho años y venía de la mano de mi padre que apuró el paso jalándome del brazo. Más que miedo, tuve la sensación de quien acabara de descubrir algo tremendo. Todo lo que alcancé a ver fue que el hombre tenía entre las piernas un mechón oscuro y tupido de pelo, del mismo color que el de la barba crecida y la larga melena revuelta y enmarañada que llevaba.

 

Ese día se despertó en mí la curiosidad. Una curiosidad que fue en un principio casi científica y que con los años de tratar con esa otra mitad del mundo se hizo cada vez más humana, por decirlo de alguna forma.

 

No es algo que me enorgullezca, pero es así desde aquella época, para mi la verdadera motivación en las relaciones amorosas que he tenido en la vida ha sido ante todo esa profunda curiosidad por entender cómo y de qué están hechos los hombres. Cada vez que conozco a alguno lo primero que me viene a la mente son todos esos cuestionamientos que me hacía cuando era niña, ¿qué se sentirá ser hombre?, ¿cómo se andará en ese cuerpo, con esas manos toscas y esa barba estorbosa?, ¿qué pensarán los señores antes de dormir en las noches?, ¿qué cosas les darán miedo cuando se quedan solitos?

 

A decir verdad, tener esa clase de intereses científicos cuando se trata de sentimientos, nunca me ha traído nada bueno, porque aunque se diga otra cosa, las mujeres no siempre tenemos cabal permiso de cuestionar los dogmas, pero sobre todo porque los hombres siguen creyendo que en nuestras femeninas cabezas no hay otra cosa que el deseo de complacerles.

 

Yo, desde luego, el deseo de complacer a alguien (quien quiera que sea) siempre lo he tenido bastante atrofiado, así que lo primero que hago cada vez que conozco a un hombre es pedirle, amablemente, como me ensañaron de chiquita, que me muestre completito lo que trae bajo la ropa, para inspeccionarlo, digamos que con fines de hacer contribuciones a la ciencia, aunque en realidad aspiro a hacer aportaciones extensas a ese deseo muy bien guardado de satisfacer mi curiosidad sobre ellos. 

 

No puedo decirles el tipo de respuestas que he recibido ante tales peticiones científicas, sobre todo porque no se me da eso de las palabrotas. Solo diré aquí que muy pocos ejemplares del género que nos ocupa están dispuestos a colaborar con la academia.  

 

Tampoco he tenido resultados alentadores cuando de exploraciones psicológicas se trata, porque en los casos en que he logrado rebasar los múltiples escollos de la primera cita, me ha sucedido que el especimen en cuestión pone toda clase de trabas ante la posibilidad de responder mis preguntas freudianas.

 

La mayoría de los hombres son pragmáticos cuando se trata de resolver sus necesidades sexuales, impositivos cuando se trata de la satisfacción de sus afectos y absolutamente distantes y herméticos en lo tocante al reconocimiento de sus conflictos psicológicos.

 

Tengo ya algunos años de experiencia en este tipo de entrevistas; sin embargo, poco he avanzado en la satisfacción de la curiosidad que los hombres me despiertan. Pocas son también las conclusiones a las que he llegado con mis relaciones furtivas. Mis conocimientos sobre los varones y el acontecer de lo que otros pomposamente llaman relaciones con los hombres se reducen a un par de tesis que aún esperan su comprobación:

 

1.Ser hombre es una cosa extraña que incluso ellos todavía no tienen muy clara.

 

2.Vivir en esos cuerpos llenos de vello y testosterona no siempre es una experiencia satisfactoria (no tanto como nosotras nos imaginamos).

 

3.Entablar una relación con un ejemplar masculino de nuestra especie implica siempre un proceso de traslocación (desde el yo que nosotras estamos seguras que somos, hasta el yo que ellos pretender hacernos creer que encarnamos, o sea, su definición de mujer).

Ante tal perspectiva empírica del amor y de las relaciones, la única pregunta académica que cabría hacer aquí es ¿cómo diablos alguien puede enamorarse?

Como lo dije antes, para mí el amor es una entidad mitológica y los hombres aún pertenecen al universo de lo irreal, me siguen dando curiosidad, aunque después de tanta entrevista a veces ya me van dando, más que nada, flojera. 

 

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