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Coordenadas digitales sobre amor y disidencia

                                                                         

por Abril Celina

Hoy dije que no a una invitación para ir al cine. Hace tres años la hubiese aceptado con tal de aligerar la pesadumbre del vacío que, tras mi divorcio, se instalaba a sus anchas en la boca de mi estómago.

 

Mis monólogos y conversaciones respecto al tema fueron, con seguridad, escuchados por los algoritmos invasivos que nos vigilan desde los dispositivos móviles porque, durante varios meses, en las redes sociales virtuales, me aparecieron comentarios y memes sobre la necesidad de la paciencia, la inminente transformación, los riesgos de la soledad o la virtud de darse una nueva oportunidad en el amor, ya sea que el código binario sugiriera inscribirme a páginas para convivir con divorciados y divorciadas, para conocer a los solteros más guapos, para invertir mi dinero en viajes todo incluido, excepto la pareja que, esa sí, una tiene que conseguir.

 

Ante el alud de información que hostigó mis emociones, mi comprensión y mi lógica, decidí seguir la corriente como si montara una tabla de surf, huyendo de la salvaje ola que amenaza con ahogarte si la ignoras, aunque, en realidad, se trata más bien de meterte en un batiscafo para conocer las profundidades del océano digital del amor.

 

Las aplicaciones y páginas para citas, en su estructura, se parecen a la cuarta zona del océano: el abismo, porque son extremadamente frías, aumentan la presión ante la cantidad de oxígeno que idealmente alienta la vida, pero, semejante a esta zona, en aplicaciones y páginas hay muy poco contenido nutritivo.

 

Afirmo que son frías porque te piden llenar un formulario básico para identificar tu sexo, edad, origen geográfico, peso, estatura y preferencias generales sobre el tipo de persona que buscas, pero también porque algunas te invitan a responder sus interminables cuestionarios que indagan tus hábitos culturales, deportivos, de salud, suelen preguntar acerca de tus creencias religiosas o tu ideología política, elementos que utilizan como filtro para asegurarte encuentros más afortunados, así la presión se incrementa al responder y tener que cumplir con un elemento básico: subir una o varias fotografías tuyas. Por supuesto, las imágenes oxigenan tu perfil: te pueden ver y verás a otros como los raros habitantes del abismo porque esperas con suerte, pero en medio de la más completa oscuridad, que esa brillante lucecita que te distingue a ti o a los demás no esconda las temibles propiedades de una especie desconocida y hambrienta que, ante la ausencia de nutrientes, te devore de golpe.

 

Para que las funciones de aplicaciones y páginas de citas ayuden, debes salir del batiscafo, ponerte el traje de buzo y comenzar a nadar por tu cuenta. El buceo virtual puede provocarte diversas sensaciones, como la de visitar la zona del fondo de mar, ya que varias aplicaciones y páginas se encuentran llenas de organismos muertos por la cantidad de perfiles falsos o inactivos que existen y, frente a ello, deberás recargar el tanque de oxígeno intentando subir a la zona de mar abierto donde, en efecto, te toparás con distintas formas de vida, ya sea el abundante y común plancton, los mamíferos dominantes o los inquietos depredadores, la cuestión es aprender a diferenciar a unos de otros y, para eso, puede servir el inscribirse en distintas aplicaciones y páginas para observar cuántas personas, de las mismas que llamaron tu atención, reproducen sus palabras, sus hábitos, sus creencias, sus ideologías, sus fotografías aunque, con un poco de curiosidad, podrías saber desde cuándo son miembros de cada página o aplicación porque, en cada una de ellas, las edades, los pesos, las estaturas y hasta las preferencias han cambiado.

 

Puede ser que en el abismo o la zona de mar abierto suceda el tan esperado hallazgo. He sido testigo de cómo distintas personas, hombres y mujeres, suben hasta la zona interoceánica, donde la marea termina por descansar en el amoroso remanso de una pareja y, si lo he presenciado, es porque yo salí a tierra firme con el único hallazgo que logré tras sumergirme en las profundidades del océano digital: conocerme un poco mejor.

 

Navegué por las corrientes marítimas de mis expectativas y las expectativas de otros; por momentos, tuve la certeza de abordar el barco indicado y, al mismo tiempo, hube de aprender a saltar de nueva cuenta para ponerme a salvo, o evitar salvar a quien desconoce que eso es lo que pide; en algunas ocasiones, me guarecí gustosa entre tiernos litorales de los que conservo bellos recuerdos, pero sin lugar a duda la experiencia más enriquecedora fue admitir que cada isla que visitaba era en realidad la misma.

 

Cual náufraga voluntaria, hice un alto a mis inquietudes desde alguna costa perdida para observar la inmensidad de mi travesía virtual y concebir el mapa de mi amorosa vida real, cuyas coordenadas corresponden a la reflexión de mis latitudes empíricas y longitudes conceptuales que a continuación les comparto:

 

Buena parte de las innovaciones tecnológicas provienen del Norte y son tratadas dentro de la lógica del sistema neoliberal; quizá por eso páginas y aplicaciones de cita promueven al amor bajo la dinámica de la oferta y la demanda que, acorde al mercantilismo, lo exponen como un bien o un servicio que, según mi mapa, yo asumí como una búsqueda que me permitió comprender qué elementos físicos y afectivos consideraba como mis carencias y, consecuentemente, de qué manera me llevaban a idealizar al amor como la búsqueda de un tesoro.

 

Por fortuna, si una sigue los sabios consejos de algunas amigas, hacia el Trópico de Cáncer ocurre uno de los solsticios. Eso significa que, al Este, el sentido que una le dé a páginas y aplicaciones de citas se modifica cuando dejamos de buscar el tesoro y nos damos a la tarea de tratar de conocer a las personas, lo que en primera instancia significa hacer lecturas, tanto de su comportamiento como del nuestro. Tomar un café para conversar, observar la calidad de sus y nuestro pensamiento escrito, atender la diversidad de sus y nuestros temas personales y sociales son elementos que contribuyen en algo fundamental: darnos cuenta de que alguien existe y de que nosotros existimos, independientemente de sus y nuestras idealizaciones y expectativas.

 

Sin embargo, hacemos contacto con el Sur de nuestro cuerpo y cerebro; es decir, reconocemos aquello que mueve al otro, a la otra, hacia nosotros y viceversa. La célebre frase de una amiga, “¿para qué lo quieres?”, puede sonar utilitaria, pero al menos ayuda a identificar límites, propios y ajenos, antes y después de involucrarse con alguien. Recuerdo una página en la que estuve inscrita; en mi perfil puse con claridad que lo que buscaba era una relación estable y, prácticamente, todos los hombres con quienes hice contacto me desearon suerte a sabiendas que mis intenciones y las de ellos iban en sentido opuesto.

 

Aunque Cristóbal Colón jamás supo que su ruta hacia las Indias le había llevado a un Continente ignorado por los europeos, zarpó desde el Oeste de la península Ibérica con rumbo a lo desconocido. Para mí, este punto cardinal representa mi disidencia de las páginas y aplicaciones de citas; en especial, luego de mi entendimiento derivado de tres interesantes casos: a) por muy bien y hermoso que alguien escriba, detrás de unos versos aprendidos de memoria para recitar al oído hay en verdad un Ogroculto capaz de la fina ironía del insulto que escupe cual veneno cuando tú no quieres ceder a sus pretensiones; b) por mucho que la apariencia de las fotografías de una persona coincidan respecto a su atractivo real, dentro suyo habita una esencia malhumorada y conflictiva que, al menos a mí, me recordó a las damiselas de las películas animadas, motivo por el cual lo sigo llamando la Princesa Caramelo; c) por mucho que coincidas intelectual, afectiva y físicamente con una persona, puedes quedarte con un signo de interrogación en la cara cuando no se cumple la tercera cita y, eternamente, te preguntarás qué demonios hiciste mal porque, aquél interrumpió la comunicación sin dar explicación alguna, pero al menos te dejó la opción caricaturesca de recordarlo como El Acertijo.

 

Mi bote de vela es ahora una modesta construcción que decidió zarpar por las calles de la ciudad a la que capturo a través de la fotografía, y mi timonel es la literatura con que transformo imagen y sonido en descripciones objetivas y subjetivas; en ocasiones me dirijo a los puertos que la amistad, forjada tras años de convivencia, ofrece como puntos seguros para contemplar lo que me agrada y me desagrada; acepto que a veces he dado marcha atrás intentando revivir lo que sentía cuando tenía pareja; reconozco que las mujeres solemos criticar a quienes usan estas páginas y aplicaciones a pesar de habernos inscrito de manera accidental, pero admito, sobre todo, que fortalecí mi capacidad para diferenciar y diferenciarme al grado de rechazar, de modo cortés y amable, una invitación para ir al cine.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   Chernobyl, series HBO, Samantha FLA

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