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Calzones radicales

por Tania Cortés

 

"Se vale tener miedo, se vale equivocarse, se vale pedir una segunda oportunidad. Lo único que no se vale jamás es hacer a un lado tus intereses, dejar tus sueños atrás, no empeñarte hasta lo imposible para llegar hasta donde sabes que puedes llegar. ”  Esto es lo que mi madre me repitió siempre, desde que tuve edad para entenderlo.

  

Esto es lo que yo le repetiría también a mi hija si tuviera una. Como no la tengo, se los digo a mis alumnas, a mis conocidas, a las mujeres que llegan en las últimas al Centro de Atención para mujeres maltratadas, la letanía completa, tal como mi madre la repetía a toda hora.

 

¿Por qué hay que repetirles tantas veces a las mujeres que no deben hacer sus intereses propios a un lado para satisfacer las necesidades de los demás? ¿Acaso hay hombres a los que se deba aclarar esta clase de cosas? La verdad no lo creo, la realidad cotidiana lo confirma. No he conocido a un hombre que deje de lado su interés personal por complacer a alguien más.

 

Pienso en todas estas cosas mientras me arreglo frente al espejo. Son las 6 de la mañana, si me detengo un minuto más se hará tarde para cruzar la ciudad hasta el Instituto Nacional de la Mujer, donde tengo que estar a las 8 para un desayuno conmemorativo.

 

Hay que andar con los calzones bien puestos en la vida”, diría mi mamá. Así que termino de secarme, me pongo los calzones de corte francés. La tela es firme y elástica a la vez, ajustada cómodamente al cuerpo y cubriendo lo que se debe cubrir, el color neutro, la longitud adecuada. Hay que sentirse segura y confiada por debajo de la ropa, eso es lo importante. El resto de mi vestuario es un poco lo mismo, seguridad, discreción, cierta elegancia.

 

En la primera repisa del clóset a mis espaldas, asoman los listones negros del calzón bondage que me regaló Gomíz. Los veo desde donde estoy reflejados en el espejo, hace una semana que están ahí. La imagen seductora de Gomíz en la cena del director de “Prometeo” pasa veloz por mi cabeza. 

 

Termino de vestirme en otro par de minutos, recojo mi portafolio negro del piso. Antes de salir de la habitación a toda prisa, voy hasta la repisa del clóset, tomo los calzones bondage, los tiro en el pequeño bote de basura a un lado del tocador. – Nada de fantasías locas –, me digo a mí misma.

 

¿Por qué hay que repetirles tantas veces a las mujeres que no dejen sus sueños atrás, sus planes personales, sus carreras, sus vidas? ¿Por qué a ellas, a nosotras? ¿Es algo biológico?

 

Esta vez la pregunta no es retórica, se la estoy haciendo a Laura Iturbide, antropóloga y feminista radical como yo, mi mejor amiga y aliada en el Instituto de la Mujer.

 

No, no, y no, Sofía, no nos equivoquemos. Nada de biología, no metamos a la naturaleza en esto porque es ahí donde empiezan la confusión y el desorden. Las mujeres aprendemos desde muy chiquitas a quedarnos calladas, a complacer para ser aprobadas y queridas, es algo que nos enseñan, no está en nuestra biología: “Calladita te ves más bonita”, es lo primero que nos dicen. Y ya luego viene todo lo demás. Al principio, hombres y mujeres somos igualitos, luego la sociedad nos descompone

 

Sí, ya lo sé Laura, pero ¿por qué no hay hombres que se queden calladitos, por qué ellos nunca van a aprender ese mensaje por más que se les repita y se intente someterlos? –

 

El peso de la influencia social es muy poderoso Sofía, está en todas partes, en cada momento de la vida. Nos enseñan nuestro rol hasta en los detalles más pequeños, y la estructura de nuestra sociedad está acomodada para que así sea, a veces ni nos damos cuenta

 

Pienso exactamente igual que Laura, por supuesto, pero sus certezas sobre la condición de la mujer son siempre más radicales que las mías, ella es más científica. Yo a veces dejo de lado las convicciones y me hago preguntas simples, preguntas que surgen de ver cosas en la calle todos los días, la vida común de las personas, esa vida de la que nadie habla, pero que es de todos conocida.

 

Me hago esta clase de preguntas especialmente los jueves. Es el día que atiendo la coordinación de los Servicios Comunitarios en el Instituto. Cada jueves lo mismo: mujeres golpeadas por sus maridos que vuelven una y otra vez a casa, madres solteras explotadas por sus novios en turno.

 

Este jueves no tiene suficientes horas para hacerse todas estas preguntas, la noche se presenta antes de que me dé cuenta, y sólo hay tiempo para llegar puntual a la cena con la directiva de la empresa para la que trabajo.

 

La cena es en uno de los restaurantes de moda del centro de la ciudad. El lugar se convierte a esta hora en la clásica pasarela pública para los personajes más emblemáticos de la política y el espectáculo. Por suerte, nuestra firma ha reservado mesa al fondo del restaurante, en el lugar más íntimo y apartado del local. Somos un grupo discreto de 6 personas, yo la única mujer entre hombres trajeados y circunspectos, al estilo clásico de los ejecutivos de la ciudad.

 

Qué bueno que nos acompaña hoy, Doctora Lascurain, es relajante tener a una mujer entre nosotros para cambiar un poco la energía de nuestras reuniones

 

Esto me lo está diciendo el presidente de la mesa directiva, Leonardo Zack, exitoso auditor en el ámbito empresarial mexiquense, cabeza de la directiva de CRS, nuestra firma, y empresario debutante con grandes posibilidades, según “Empresa”, revista de amplia circulación nacional.

 

Espero que el cambio sea para bien, licenciado, y que la energía vaya en la dirección que ustedes esperan. El impulso energético que las mujeres damos a los ambientes de trabajo, no siempre es más moderado

 

Sé que Zack no se espera este tipo de respuesta petulante de una aspirante a adquirir el estatus de socia de la firma, pero hoy es jueves, los días en los que mi feminismo furibundo se exacerba y suelo sentirme más radical. Mientras le respondo, pasa instantáneamente por mi mente la idea de que la ropa interior que traigo puesta hoy me hace sentir más poderosa y muy segura de lo que soy.

 

De pronto me siento imbatible y omnipotente, dueña absoluta de la situación, como si las energías de las que habla Zack se hubieran concentrado en mí en su totalidad y sólo yo fuera capaz de decidir hacia dónde se deben dirigir.

 

Incluso pienso que ese rumor de los comensales del resto de las mesas, que empieza a aumentar súbitamente de volumen, se debe a que han notado la fuerza imbatible de mi presencia. Pero desde luego no se trata de eso. Todos los que ocupamos esta mesa dirigimos nuestras miradas hacia el lugar en donde se produce el murmullo de comensales escandalizados. Es en las mesas del centro, un hombre vestido con mucha elegancia acaba de llegar al lugar.

 

El escándalo de los murmullos que ha desatado su llegada se debe a que viene acompañado de dos espectaculares mujeres, ambas muy altas y delgadas, los rostros angelicales típicos de las modelos rusas o serbias, las largas espaldas desnudas, ataviadas con brillantes vestidos de noche que no dejan ninguno de los ángulos de sus cuerpos a la imaginación de los comensales.

 

El hombre no sólo es elegante, el pelo alborotado sobre la frente le da un aire atractivo y carismático. Cuando finalmente libera las manos y suelta del abrazo ajustado con el que lleva de las cinturas a sus acompañantes, gira ligeramente el rostro hacia nuestra mesa antes de sentarse, y yo puedo darme cuenta de que se trata nada menos que de Sebastián Gomíz, la última persona en el mundo entero a quien querría encontrarme aquí, justo esta noche.

 

Las piernas se me desguanzan en cuanto le veo, comienzan a temblarme por debajo de la mesa, un nudo de trapos rijosos se me atraviesa a mitad del estómago ¿Qué rayos tiene que hacer aquí este hombre! La sutileza del sabor de la crema de almejas que acabo de comer comienza a resultarme una bomba indigesta. Siempre he creído que las mujeres que deben levantarse de la mesa a mitad de una cena para ir al tocador, son de una absoluta debilidad de carácter, pero en este momento no tengo más remedio, por alguna extraña razón que no comprendo, dentro de mi cuerpo se han encendido todas las alarmas.

 

Si no supiera que es usted una mujer en extremo discreta, pensaría que me persigue, Sofía

 

Es la voz cínica de Gomíz, he salido del baño de mujeres y él está ahí, en la antesala, recargado sobre el muro, las manos en los bolsillos y el pelo negro todavía alborotado sobre la frente. La bola de trapos rijosos que traigo atorada en el estómago se transforma en un puño incandescente que sube y baja a su antojo.

 

Señor Gomíz, buenas noches. No puedo decir que sea un gusto encontrarlo

 

Claro que no Sofía, puedo imaginarlo. Sin embargo, al parecer usted insiste en encontrarme en todas partes. ¿A caso se ha obsesionado conmigo Sofía? ¿Tiene usted manías secretas e inconfesables que pretende hacer realidad en mi persona?

 

– ¡Vaya!, parece que no le es suficiente su doble compañía. Su ego es tan grande que le hace padecer delirios irrisorios de grandeza, le hace proyectar deseos insatisfechos con todas las mujeres que conoce. Le puedo recomendar un psicoterapeuta Señor Gomíz, estoy segura que le hace falta

 

Olvídese de mí y de mi enorme ego por un instante Sofía, ya veo que le obsesiona. Dígame mejor si trae puesto mi regalo debajo de ese exquisito vestido negro que la hace ver tan soberbia. Dígame que sí, y dígame que le gusta, hágale ese favor inmenso a mi tremendo ego necesitado de caricias

 

Querido amigo Gomíz, me apena decirle esto, pero es usted un poco lento de pensamiento, no se ha dado cuenta que hay dos tipos distintos de mujeres en el mundo, las mujeres inteligentes, y las mujeres con las que usted se acuesta. Respecto a su obsequio, temo decirle que ya va camino al depósito de desperdicios de la ciudad. No tengo idea de qué se trata porque no me tomé la molestia de abrir la caja

 

– Si no se ha tomado la molestia de abrir la caja, Sofía, dígame ¿por qué entonces está tan molesta y se ha descompuesto tanto al verme llegar? No hay nada que ese rostro suave y franco pueda ocultar, ¿sabe?

 

Gomíz me ha tomado de la muñeca al decirme esto, se ha acercado mucho a mí, de tal forma que casi me lo ha dicho al oído, como si supiera perfectamente que me está avergonzando a un grado insoportable. Antes de soltarme baja la mirada como un niño regañado y arrepentido, se acerca a mi oído y vuelve a hablarme en voz muy baja.

 

No se enoje más conmigo Sofía, ya sé que es usted una mujer radical, pero yo soy un hombre incorregible, compadézcase del dolor de este hombre insolente con el ego dañado. Yo sí me tomé la molestia de imaginármela ataviada únicamente con mi regalo. Y créame: ha sido una semana dolorosa tratando de sacar esa imagen de mi cabeza de mil formas

 

Maldigo la hora en que he conocido a Gomíz, maldigo su cabello negro y alborotado, su porte elegante y a la vez desparpajado, su forma cínica y descarada de meterse en mi cabeza, de extenderse dentro como la pólvora y amarrarse en mi estómago como un incendio que se prende y se apaga a su antojo.

 

Gomíz se va pronto del restaurante con sus dos princesas de revista. Paso el resto de la velada en un estado de zozobra y lástima por mí misma, sin rastro de la seguridad y la omnipotencia del inicio de la cena, contando los minutos para que acabe el evento y pueda irme a mi casa.

 

Lo que queda de la noche lo paso bajo las sábanas con la piyama de franela puesta y una nostalgia monumental instalada en el fondo de la conciencia. “Hay que tener los calzones bien puestos”, repite mi madre desde mi subconsciente, especialmente cuando estás destinada a ser una mujer radical, una mujer que persigue sus sueños y que jamás va a dejar sus intereses personales a un lado, mucho menos por un hombre insolente, cínico y descarado del que se ha enamorado irremediablemente, sin explicación posible, sin que haya ninguna lógica en ello.

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Tania Cortés

Sexy, guapa e inteligente, le gustan los temas atrevidos y aunque es administradora de profesión, reconoce sus habilidades en el terreno de la sexualidad. Pretende regalar emociones con sus textos.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   feminismo, mujer empoderada, bondage, amor

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