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Calzones de domingo

por Gina Corte

 

Los domingos son de rayas, rayitas verdes si hay que dar detalles, son de calzones flojos, viejitos, con el resorte aguado de tanto usarlos. Nada de corte francés, hipsters, bikini y mucho menos tanga; el calzón de los domingos es de ley tipo boxers, boyshort o calzones de abuelita, como mejor te suene. Pants de algodón encima y playerota deslavada, rota si es posible, porque la ropa rotita es con la que más estás encariñada, y los domingos hay que tener cerca algo familiar, algo que te apapache como cuando eras chiquita, que te consuele y te haga sentir calentita a la hora que entra la nostalgia.

La nostalgia me entra en domingo desde que soy niña. Los domingos no son solo de rayitas verdes, son también de ñáñaras en la panza, de tristezas raras y de recuerdos de infancia que pensabas que ya se te habían olvidado y de pronto te das cuenta que siguen ahí, listos para enmarañarse en el drama existencial que ya de por sí viene en paquete con la nostalgia dominical.  Porque es siempre en domingo, justo en domingo –maldito séptimo día de la semana que según la biblia Dios hizo para descansar– cuando te vienen a la mente las regañizas que te ponía tu papá porque te la pasabas viendo la tele, y ya eran las cinco y no habías hecho la tarea, ni habías arreglado tu cuarto, ni mucho menos barrido la cocina como te habían ordenado.

 

El domingo es el día en que se te mete en la cabeza la perniciosa idea de que sigue pasando exactamente lo mismo veinte años después: te dan las cinco de la tarde de un maldito domingo y no has hecho ninguna de las ochenta mil cosas en la lista de pendientes que habías planeado hacer este fin de semana,  ni siquiera haz hecho una sola de esas cosas y por lo tanto la lista con todo y sus números y las palomeadas que no pudiste hacerle, pasa intacta a incrementar el número impronunciable de asuntos que ningún fin de semana en lo que va del año has podido concluir.

Me imagino los domingos como los atrapasueños del mercado de artesanías, exóticos y coloridos pero engañosos y complicados, que en lugar de atrapar sueños atrapan en sus redes los pensamientos más negativos que seas capaz de concebir. El domingo no es el día que Dios inventó para relajarse, es el día que inventó para hacerte las preguntas más descabelladas que se te puedan ocurrir –¿quién soy en realidad? ¿a dónde me lleva este tipo de vida? ¿porqué me casé con este mono? ¿qué sentido tiene trabajar?–.

 

Los lunes no me pregunto qué sentido tiene trabajar, por la sencilla razón de que me tengo que levantar a las cinco de la mañana y a las siete treinta ya estoy en la chamba. ¡Es justo en domingo cuando me pongo filosófica! En lugar de relajarme y descansar, como se supone que debería ser.

Mi marido en cambio sigue al pie de la letra las disposiciones del Señor, los domingos son sagrados para Daniel, buena comida, buena bebida, un buen sillón, futbol en la pantalla plana todo el día, nada de existencialismo zen ni filosofía aristotélica. –Ya no te azotes Julia, mañana lo resolverás- Y sanseacabó, todo tan fácil como un ya será mañana –sentadito frente al televisor, con una cerveza en la mano derecha y en la otra el control de la tele–.

 

Pero yo me azoto, contra las paredes, contra el piso, contra el espejo, contra la maternidad imposible de las madres trabajadoras y los matrimonios modernos donde las mujeres hacen de todo y además tienen que ganar suficiente lana –que nunca es suficiente–, contra la lista del súper, el trabajo atrasado, la estimulación temprana que no le he dado a Pipe, los 30 minutos de gym que jamás podré hacer y el sexo tántrico que nunca voy a tener, contra la ropa sin lavar de la semana, contra la bendita idea –que se le ocurrió quién sabe a quién– de que las mujeres se liberaran, contra la irremediable adicción a la coca cola de dieta, contra los Dallas perdiendo en la pantalla, ¡contra la enésima arruga sobre la frente que me descubrí esta mañana!

Domingo de rayitas verdes, de resorte flojo, de calzones de abuelita, de tareas eternamente inconclusas, de tristezas trasnochadas y nostalgias pasadas de moda, por qué, por qué, ¿por qué tenías que existir! No quiero que te conviertas en lunes pero tampoco quisiera que aparecieras cada siete días de mi semana con tus redes melancólicas y tus preguntas locas y tus minutos chiquitos que me recuerdan que en los últimos 5 años nada ha cambiado, que sigo entrampada –con el mismo marido, la misma casa, la misma chamba, los mismos pendientes– y que tampoco este fin de semana pude hacer nada.

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Gina Corte

Antropóloga del alma, trata de reconstruirse desde dentro. Seguidora ferviente de Freud y el psicoanálisis, cree que la autorreflexión y la autoconfianza son las mejores armas para cambiar al mundo.

Los Calzones de Guadalupe Staff

Aquí hablamos de lo que importa decir, que es generalmente lo que nadie quiere escuchar

Tags   domingos, melancolía, maternidad, estrés, ama de casa

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