¿Arrumacos a mi edad?

FUENTE: Pinterest
Por LA ORGULLOSA
Estás de a “solapa”. Llevas un buen así, se te fue el penúltimo tren, el último, y ya hasta quitaron la estación completa donde solían parar tus trenes. Habías pensado en jubilarte de los arrumacos y los apapachos, de las “idas al cine” los domingos. Pero resulta que te vuelven a dar ganas de tener 25. Lo bueno es que tus curvas están en su lugar, sigues estando de buen ver, sabes arreglarte y aun levantas suspiros a tu alrededor. ¿Qué hacer en este caso?, ¿volver a pretender que existe el “adecuado” y emprender una búsqueda cuesta arriba hasta encontrarlo?, o aceptar que las relaciones convencionales no son lo tuyo, soltarte el chongo que traes bien acomodado en la parte alta de la nuca; despeinarte un poco y salir a cazar un bello prototipo masculino unos años menor que tú. Lo bueno es que a la hora de decidir, las opciones se presentan solas y ni siquiera tienes que quebrarte la cabeza para elegir lo que te conviene.
Un viejo amigo de juventud había regresado a mi vida hacía poco. El problema era que no nos veíamos con frecuencia porque vivía en otra ciudad a más de 500 kilómetros de distancia. Ambos éramos muy ambiciosos en cuanto a lo que esperábamos de la relación, pero la realidad contrastaba con nuestros deseos más ardientes. Yo quería que funcionara, él era tierno conmigo, pero apenas podíamos comunicarnos por teléfono un par de veces por semana, y vernos esporádicamente. Yo no tenía nada contra él, por el contrario, había puesto grandes expectativas en su debilidad por mí, pero en el día a día resultaba difícil circunscribirse a la periodicidad de nuestra relación, en la que la mayor parte del tiempo hablábamos de banalidades, y nunca de planes futuros con respecto a nosotros y nuestro destino como pareja; si es que había alguno. Una mañana, algo desesperada por la situación, comencé a pensar alternativas a una circunstancia que, vista de cerca, resultaba completamente patética. Lo malo es que no quería andar viejos caminos, ni recurrir a conocidos, todavía más viejos aún. Salí meditabunda de la casa rumbo a una plaza de cómputo para comprar un artefacto que requería, porque mi conexión a internet había fallado. Una vez estando en la plaza, decidí entrar al café del lugar y relajarme un poco de tanta intrascendencia existencial.

Entré en el pequeño salón, y caminé el largo corredor hasta la terraza del fondo. Ahí se encontraban varias mesas, todas ocupadas por hombres. Había una en la que hablaban acaloradamente tres adultos jóvenes, entre 35 y 38 años. Su platicaba sonaba interesante, hablaban de viva voz y la terminología que empleaban era algo “intensa”. Me llamó la atención su charla y me senté en la mesa contigua. Pedí un capuchino con rompope, y sin darme cuenta me sumí en mis cavilaciones acerca de cómo encontrar al adecuado, o si debía clausurar definitivamente una búsqueda tan infructuosa como obsoleta. De pronto alcé la vista y me topé con la penetrante mirada de uno de los jóvenes de la mesa de junto. No era el más apuesto, aunque viéndolo bien era el más varonil, y con toda certeza el más audaz. Me miraba cada vez con mayor insistencia y de pronto me guiñó el ojo. Yo abrí los ojos desmesuradamente, sorprendida ante tal muestra de interés y agaché la cabeza instantáneamente sin saber qué hacer. Marqué nerviosamente un número al azar, y poco después me encontré hablándole a una de mis hermanas para contarle sobre el incidente. Jamás me había pasado algo así, y ni siquiera sabía cómo tomarlo. Después de arreglar el mundo este curioso trío pidió la cuenta, segundos después yo hice lo mismo, estaba nerviosísima y pensaba hacer la graciosa huida tan pronto como ellos desaparecieran en el firmamento. Sin embargo, no me dio tiempo ni de pensar un plan B, porque el misterioso caballero se acercó a mi mesa con una sonrisa radiante en los labios, y me deslizó una tarjeta en la mesa. La tarjeta tenía un nombre y más abajo un número telefónico, obviamente mi impresión fue máxima. Qué coincidencia que sintiéndome algo desesperada por mi situación personal, apareciera un “alguien” de la nada, y mostrara interés en mí.

No supe que hacer, intenté levantarme pero me faltó fuerza en las piernas. Una vez que ellos traspasaron la puerta del restaurant, mi corazón volvió a latir, y pagué la cuenta haciendo más tiempo del indicado, para postergar mi salida. Los jóvenes parecían haberse ido, me dirigí a la salida y comencé a buscar un Uber en el celular. Ya afuera observé rápidamente en dirección al estacionamiento, tratando de ubicar algo que me resultara familiar, al parecer no había nada fuera de lugar.
Estaba parada sobre la acera, aguardando el taxi, cuando alguien tocó mi hombro repentinamente, volteé con brusquedad y vi parado junto a mí al muchacho de la terraza. En un lenguaje un tanto forcejeado me ofreció disculpas por haberse presentado de una forma tan poco correcta, dejando una tarjeta en mi mesa, añadió que tenía muchos deseos de conocerme y que agradecería que lo llamara pronto. Después despareció entre los automóviles del estacionamiento. Regresé la vista a la carretera que pasaba a un lado del restaurant y no volví la mirada, como intentando evitar que regresara nuevamente.
Durante varios días, la tarjeta permaneció en mi bolso, y el nombre del joven en mi pensamiento: Mauricio Villaurrutia. Un sinfín de ideas cruzaron por mi mente esa semana. El incidente me llevó a pensar con seriedad en mi vida amorosa, y al final me decidí. Tomé mi celular y marqué el número de mi antiguo amigo. De alguna manera saqué las fuerzas para hablar y le dije que nuestra “relación” estaba terminada, ya que en realidad no iba a ninguna parte. La libertad que sentí después fue inusitada, enseguida miré el fondo de mi bolso, ahí seguía la tarjeta del inopinado Mauricio, la tomé entre mis dedos y la hice trizas. Jamás sabré qué habría resultado del fortuito encuentro con aquel joven; sin embargo, me di cuenta que mi vida necesitaba un reacomodo, y Mauricio me ayudó a comprender por dónde debía empezar. Por el momento me encuentro disfrutando de una merecida soltería y, aunque no ando buscando una relación, estoy abierta al romance y según me lo confirmó Mauricio con nuestro breve encuentro, la oportunidad de que algo interesante ocurra a veces se encuentra más cerca de lo que nosotras mismas creemos.
