top of page

A lo hecho, pecho

FUENTE:  Pinterest                           

Por Nadenka Kruvskaya

JULIO 16, 2018

A mí las vacaciones nunca me han gustado, la verdad, porque, como ya sospecharán, yo soy animalito de ciudad, ya me acostumbré al caos y a la muchedumbre; a la bendita tragedia cotidiana que es esta capital de engendros urbanos, pestes, contaminación, de chairos y vecinos malencarados.

 

Por eso, cuando me toca descanso obligatorio o, peor, cuando las escuelas cierran sus entrañables claustros de infantes y son ellos los que descansan en casa, yo, aquí muy entre nosotros, acabo pidiendo esquina. Nomás empezar el verano y ya ando de unos humores tan extraños, entre paranoicos y nostálgicos, que para qué les cuento.

 

Este mes, por ejemplo, mientras otros andan en la playa tomándose selfies con las ballenas y llenando calendarios en Instagram, a mí me ha agarrado la pensadera. Ando por la casa hecha bolas, limpiando, escombrando y regañando al que se me cruza enfrente, porque claro que esto de pensar en vacaciones me tiene muy ocupada.

 

Y se preguntarán “¿en qué tanto habrá estado pensando?” Bueno, pues ando haciendo el recuento de mis pecados. Si, así como lo oyen, a mí en vacaciones me da por darme golpes de pecho como los monjes esos que se latigueaban la espalda. Quién sabe por qué será, seguro tiene mucho que ver con mis historias de infancia, porque cuando era chiquita y la runfla entraba de vacaciones veraniegas, me acuerdo que mi papá se malhumoraba igual que yo, y nos regañaba todo el tiempo porque no hacíamos nada (¿pos qué íbamos a hacer si estábamos de vacaciones?). En fin, ya desde entonces me daba por hacerme preguntas en tiempos de ocio. 

 

El caso es que, como les decía, estas vacaciones he estado haciendo el recuento de todititos mis pecados; desde los muy pequeños hasta los de tamaño iceberg. Y no solo eso, además he llegado a la sesuda conclusión de que no me perdono ninguno, aunque no se crean, tampoco es que lamente mucho haberlos cometido.

 

Yo, como el resto de los mortales, he cometido pecados de todo tipo (pecaditos y pecadotes), mentiritas blancas para salvar al mundo y también atrocidades que dan harta vergüenza (bueno, según yo, no se crean).

 

Soy como cualquiera. Para acabar pronto: ni muy santa ni tan canija (o bueno sí, un poquito).  He robado un par de besos y he empujado a dos que tres al precipicio de los placeres prohibidos, lo cual, para ser sinceros, todos me han agradecido.

 

Pero lo que en realidad quiero expresarles en esta disertación escrita de a tres pesos es que, para mi desgracia, el catártico recuento de mis pecadillos no me liberó de la culpa como yo pensaba, mucho menos me redimió, como muy inocentemente lo imaginé.

 

Lo único que logré repasando la lista entera de mis malos pasos y mis peores tropiezos es mirarme muy bien frente al espejo y ubicarme en el justo lugar que me corresponde entre los hijos de Dios; o sea, el repaso sí sirvió de algo, me colocó bien paradita frente a la neta, me restregó en la cara todas mis verdades, las crudas y las otras, que son todavía más feas; me enfrentó con mis realidades, así, directitas y bien claras, sin opción de esconderse ni de echarse para atrás: “Mira bien, chamaca descarriada, esto eres y esto te falta… de esto cojeas y por esto otro das harta pena”, y pues sí, de frente y acorralada por todas tus netas pos ni cómo decir que siempre ya no juego.

 

Ahora sí que, como diría sabiamente Fernando Delgadillo: “¿A dónde irás para esconderte de ti misma…?” Pos, ciertamente, a ningún lado. A lo hecho, pecho, aunque se te estruje el corazón por pentonta.

 

Pero lo peor de todo es que ahí no paró mi recuento. No soy de las que se conforman con pellizcos, ustedes ya lo saben, ni tampoco soy de las que se cortan las venas a perejilazos, así que ahí parada frente a mis verdades, me dije: “Chingó a su madre, lo que fue pos ya fue”.

 

Sí, pero puedo dejar de andar chingando a mi madre ya desde ahoritita mismo, dejar de andarme haciendo mensa con tanto pecadito, con tanta falta de concentración en la vida, en las virtudes que seguro sí tengo y que no me he encontrado hasta ahorita y me harían mejor de lo que he sido para dejar de andar imitando monjes masoquistas.

 

¡Listo!, a rajarse a su tierra, mis chavos; hay que hacer la vida como Dios manda, sin andarse arrepintiendo por tonterías, sin autoflagelarse por babosadas, sin mariconadas ni moñitos rosas. Punto final.

En Los Calzones de Guadalupe

tenemos buena estrella,

porque podemos soñar y mostrar el alma sin pena

Lo tienes que leer

bottom of page